lunes, 21 de febrero de 2011

La buena Ética de un político. 2ª parte


Los partidos políticos suelen establecer códigos de funcionamiento y regulación para regir sus normas de funcionamiento. Estos comúnmente denominados como reglamentos y estatutos, son de obligado cumplimiento por todos y cada uno de los militantes de dichos partidos políticos, sin excepciones.
Siempre está bien que exista sobre el papel un código de regulación puesto que no debemos olvidar que quienes componen los partidos políticos son personas y como tales siempre están expuestos a la tentación. De estas, depende que los votantes se sientan identificados con un partido político y a un mayor grado de identificación, mayor número de votantes.

Ahora bien, en ocasiones la vida puede hacer que estas personas pierdan el sentido de la ubicación y sobre todo el sentido común, haciendo que uno de los valores a destacar como es la “buena ética” desaparezca, creyendo la persona que todo lo que hace es correcto y que son los demás los que se equivocan. Hacer un discurso sin llevarlo a la práctica, saltarse los criterios establecidos y creerse capacitado para el desempeño de más de una función, suelen ser síntomas de falta de “buena ética”.

Por suerte, los reglamentos y estatutos de funcionamiento están para corregir esos desvíos éticos y solamente con el estricto cumplimiento de estos, se es capaz de corregir esos comportamientos. Puede que la persona al ostentar un poder legítimamente otorgado equivoque esta responsabilidad con la de poder hacer lo que le viene en gana, pero es nuestra responsabilidad como miembros activos de una organización encauzar a la persona cuando se desvía del camino.

Partiendo de la premisa del bien colectivo y de la “buena ética” podemos conseguir que cada día que pasa muchas más personas se sientan identificadas con un proyecto y así y solo así, y no haciendo seguidismo de la persona que ostenta poder, esperando algo a cambio, podremos hacer que el número de votantes vaya en aumento.

El líder debe mostrar en todo momento que escucha a las personas y sobre todo debe saber que además de serlo debe parecerlo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Cuando la puerta está abierta, entra la corriente.


Durante estas últimas semanas, no han parado de llegar a nuestras confortables democracias noticias sobre las manifestaciones y protestas que se están llevando a cabo en la mayoría de los países árabes. Muchos son los análisis que se hacen de esta situación y por ello aprovecho estas líneas para hacer una serie de reflexiones desde lo cercano.
Para empezar quiero hacer un pequeño repaso al perfil de la inmigración residente en España originaria de estos países y recordar las cosas que vimos cuando estuvimos ahí, o que alguna vez hemos visto en la tele, tal vez así podremos dar un poco de sentido al porque de las protestas.
Por ejemplo, ¿sabíamos que la media de edad de los inmigrantes de países árabes que viven en España es de unos 28,2 años? En el caso de los de origen marroquí se sitúa en 27,6 años, situándolos entre los más jóvenes. Solamente tenemos que mirar alrededor de nuestros barrios y nos daremos cuenta que la inmigración que vive entre nosotros es joven, muy joven. Este dato nos sirve para hacer una reflexión sobre quienes son las personas que no encuentran futuro en sus países de origen y acaban saliendo de ellos.
Durante muchos años la “huida” de estos jóvenes, ha servido como válvula de escape a las tensiones y la presión que se vive en los países árabes, pero durante los últimos años, las políticas restrictivas en materia de inmigración en los países europeos, ha provocado que ningún joven pudiese salir a buscarse un futuro en condiciones y acorde a su formación.
Con estos ingredientes se produce la situación de caldo de cultivo de protestas, por parte de una población joven en su mayoría formada y sin un futuro esperanzador al cual aferrase y que les de motivos para aguantar la situaciones que viven día a día.
Las antenas parabólicas, los cibercafés, los jóvenes que un día pudieron salir de sus países hacia Europa y que vuelven siempre que tienen unos días de vacaciones, han servido como atractivo de un modelo, al cual quieren llegar y ven que no pueden.
Muchas de las personas que hayan visitado algún país árabe, habrán podido comprobar cómo en los zocos, en las playas, en las ruinas arqueológicas, siempre había varios jóvenes ofreciéndoles sus servicios como guías, como traductores, ofreciéndoles suvenires. Así mismo también habrán podido comprobar cómo esos jóvenes huían despavoridos al menor atisbo de policía. No es difícil encontrarse por las calles de los países árabes a grupos de jóvenes sentados, pasando el tiempo y soñando con una vida mejor. Una vida sin miedo, con recursos para poder ayudar y mantener a los suyos, una vida con motivo.
A todo esto conviene añadir la falta de espacios de participación, en los cuales canalizar su imaginación y sus propuestas. Estos espacios de participación colectiva se ven limitados a la práctica o asistencia a eventos deportivos y culturales. Ningún otro espacio de reflexión ideológica o de participación política les está permitido, puesto que supone un grave riesgo para la estabilidad del régimen que dirige el país.
Por lo tanto cuando lo único que te queda es vivir el día a día y eso está sometido a unas graves restricciones solo queda dos opciones resignarse o luchar para cambiar el estado de las cosas.

Hasta ahora la opción del cambio se ha visto limitada, puesto que esta conllevaba un alto precio que significaba la falta de libertad. Solamente hay que ver las estadísticas de las asociaciones internacionales de derechos humanos respecto al número de presos de conciencia que hay en las cárceles de los países árabes. ¿Imagináis que por exigir demandas de mejora de tu barrio, o por escribir tus opiniones ideológicas te meten en la cárcel? ¿Imagináis que el hecho de acudir a una manifestación para reivindicar la bajada de los precios del pan o de la leche te lleve a la cárcel? ¿Imagináis que por hacer un comentario en Facebook te metan en la cárcel?
Todas estas situaciones han servido de excusa para meter a cientos de personas en las cárceles y desde nuestras cómodas democracias no se ha movido un dedo. En algunos casos el objetivo de salvaguardar nuestro estado del bienestar ha servido de amparo a dictaduras que tenían oprimido a su pueblo.
Frente a esta situación, se ha producido un hartazgo que ha provocado que la gente le pierda el miedo al poder y al saber que no se tiene nada que perder, se ha salido a la calle. Huir no era la solución, emigrar era imposible y contraproducente para el país. Rebelarse se convirtió en la única salida. Un joven dio el pistoletazo de salida inmolándose en Túnez, otros le siguieron en Egipto y miles de personas cogieron el testigo. El pueblo se levanto y se juntaron personas de todas las clases sociales, cristianos y musulmanes, jóvenes y mayores, con un solo objetivo cambiar la situación.
¿Y qué pasa cuando el pueblo se empieza a rebelar frente a lo que ocurre? Pues que en lugar de hacer análisis y apoyar sin más el proceso de democratización, algunas personas se ponen a sembrar el miedo frente a un hipotético futuro. Sin ningún tipo de pudor alegan que en un futuro no muy lejano, los extremistas se harán con el control de estos países y sin darse cuenta o tal vez si, allanan el camino a los que quieren frenar el cambio democrático.
Queremos democracia en los países árabes, pero con una consigna, que hagan lo que nosotros queremos si no, no vale y eso es a mi entender otra forma de dictadura sobre estos países, pero impuesta por nosotros.