viernes, 21 de febrero de 2014

Ceuta y la xenofobia europea

Conozco muy bien Ceuta. Mi madre nació ahí y voy de manera regular a visitar a la familia; parte de ella vive en el barrio de El Príncipe. Esta barriada, pegada a una frontera por la que todos los días transitan miles de porteadoras cuyo trabajo es llevar (por 2 euros el viaje) mercancía comprada en las tiendas españolas a Marruecos, tiene una playa cerca. Tan solo hay que cruzar la carretera que lleva a la frontera y se llega a la playa, una orilla llena de piedras conocida como el Tarajal. Ahí, en ese trozo de tierra de apenas unos metros de largo, donde antes no había alambradas, me he bañado muchísimas veces en unas aguas que han sido testigo y depositarias de la esperanza de mejora de vida de muchas personas que las han cruzado para poder llegar a España, Europa.
Yo personalmente he sido testigo en más de una ocasión de la proeza de algún valiente que aprovechaba un descuido de los gendarmes marroquíes y de la Guardia Civil española para entrar a nado y, una vez llegado a la orilla, cruzar con las pocas fuerzas que le quedaban la carretera para subir la cuesta que le llevaba a las casas de El Príncipe.
El pasado 6 de febrero sobre las 5 de la mañana, mientras la mayoría del país dormía, en la costa norte de África, junto a la frontera con Ceuta, más de 200 personas que habían atravesado medio continente africano huyendo de esas guerras y esa pobreza que vemos en la televisión y que en más de una ocasión nos arranca lágrimas, esperaban agazapados en el monte cercano. A una señal dada, empezaron una carrera hacia la frontera y tras dos intentos por tierra, decidieron de manera desesperada adentrarse en el mar. La temperatura del agua, que puede rondar los 10 grados, hace que cualquier esfuerzo se pueda calificar de titánico. Algunas personas comenzaron a acercarse a la playa del Tarajal (que ya es territorio español), donde les estaban esperando agentes antidisturbios de la Guardia Civil que dispararon pelotas de goma. El resultado, por ahora, es de al menos 15 personas muertas ahogadas. Todavía no sabemos si el mar está reteniendo más cuerpos.
Desde ese fatídico día se suceden las noticias y reacciones tanto del Gobierno como de la Unión Europea, partidos políticos, ONG y de la sociedad civil. Las reacciones de esta última son las que más me preocupan, porque parece que se mecen en la ola de populismo que atraviesa Europa en toda su plenitud. De nuevo el viejo debate está sobre la mesa y nos preguntamos si un ser humano tiene derecho a cambiar de país, de territorio, en busca de una tierra en la que hacer realidad sus sueños y deseos.
Cuando suceden estos hechos, sale lo mejor y lo peor del ser humano, de nosotros y de nosotras como sociedad española. Salen a la luz personas, muchas de ellas con responsabilidades políticas y que nos gobiernan, defendiendo la integridad de la frontera como espacio físico que debe separarnos del resto del mundo, reforzando el concepto de Europa fortaleza y legitimando así el uso de la fuerza para que no se viole esa integridad, aunque el precio sea la vida de seres humanos.

No hace falta ningún Le Pen cuando el ministro de Interior no dimite por las devoluciones ilegales de inmigrantes por una puerta de la frontera de Melilla
Han reforzado tanto la idea de la inmigración como un mal para Europa, que la vida de esas personas no vale nada. Han conseguido que la vulneración de derechos humanos en las fronteras sea legitimada por parte de la ciudadanía y que la responsabilidad de esas muertes no sea asumida por nadie, ni siquiera por quien dio la orden de lanzar las pelotas de goma cuando estos seres humanos se encontraban en el agua.
El populismo y la xenofobia campan a sus anchas por Europa y España también es Europa. No nos hacen falta ningún Le Pen o Wilders cuando un director de la Guardia Civil amenaza a toda aquella persona u ONG que defiende claridad y transparencia frente a la actuación de la Guardia Civil, que parece que ha provocado estas muertes. No nos hacen falta ningún Le Pen o Wilders, cuando el ministro de Interior no dimite por las devoluciones ilegales de inmigrantes por una puerta de la frontera de Melilla.
Parece que un sector lo tiene claro; ahora falta por ver si el resto también. Desde los grupos progresistas siempre se ha trabajado por el respeto a los derechos humanos y la lucha contra cualquier tipo de discriminación. Nos gobierna la derecha y el populismo avanza a grandes pasos, por lo que es necesario que el próximo 25 de mayo, día de las elecciones europeas, en España aprovechemos la oportunidad de demostrar que creemos en la diversidad y que de manera firme vamos a luchar contra la xenofobia, el racismo y el populismo que existe en Europa.
Artículo publicado en el diario El País el pasado 18 de febrero.