domingo, 1 de noviembre de 2015

Si Malala viviese en Madrid...

El año pasado, el Premio Nobel de la Paz se concedio a dos personas a las que se les queria reconocer su lucha a favor de la educación infantil y el activismo social. Malala Yousafzai, una joven a la que los talibanes intentaron asesinar en 2012 por defender la escolarización de las niñas (de Pakistán primero y del resto del mundo después) y Kailash Satyarthi, un activista social que utiliza la máxima de Gandhi de la no violencia en sus manifestaciones y protestas en la reivindicación de políticas de no explotación de los niños y niñas.
El trabajo de Malala es loable no solo por el objetivo que persigue, que es conseguir la igualdad real de todas las personas a través del derecho fundamental básico de la educación, sino también por poner en riesgo su vida para conseguir ese objetivo que mucha gente no quiere ver cumplido, además de por lo que simbólicamente representa esta joven en un mundo occidental que se fija mucho en los rasgos y la vestimenta.
Malala es una luchadora y merece el mayor de los respetos y por eso me alegra el elevado número de apoyos y de felicitaciones públicas que se hacen a esta joven. Ahora bien, hay algo que me llama mucho la atención, y que versa sobre ese cinismo que nos gastamos como sociedad en determinados asuntos. En este caso voy a hablar del derecho a la educación y la diversidad del alumnado, tema por el cual y gracias a su encendida defensa,  ha sido premiada Malala con el Nobel.
Los “Talibanes educativos” los podemos encontrar en muchos puntos de España. Estos grupos, formados por una elevada cantidad de personas, actúan bajo el paraguas de la lucha por una mayor igualdad, y alardean, sin ningún tipo de reparo, de un mantra por el cual establecen que su discurso es el verdadero. Este mantra consiste en expresar que toda aquella persona que se sale del comportamiento occidental y de determinada vestimenta, son víctimas de una discriminación, y por lo tanto de una opresión, aunque ellas mismas no lo sepan.
Parece ser que un "trozo" de tela es el culpable de toda esta "lucha por la igualdad". El uso del hijab en la vestimenta incómoda hasta el punto de permitir la restricción del acceso a derechos básicos y fundamentales. Resulta curioso e indignante, ver como se justifican todo tipo de discriminaciones a miles de mujeres musulmanas en nuestro país por el simple hecho de llevar el hijab.
Hace algo más de un año, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid avalaba y legitimaba la decisión de un instituto de prohibir el acceso a sus aulas a una joven musulmana por el simple motivo de llevar un pañuelo en la cabeza. Esta prenda, según el reglamento del centro escolar, rompía la convivencia. Lo triste fue ver como los "Talibanes educativos" respaldaron esa decisión y la apoyaron sin fisuras alegando que a la escuela no se deben llevar símbolos religiosos. A esta apreciación, le sumaban otra lectura, la de la simbología de la opresión que sufre esta joven por el hecho de llevar hijab.
La cuestión era que entre una cosa y otra, la joven no podía acudir a la escuela a estudiar, algo que también le sucede a millones de niñas en el mundo y contra lo cual lucha Malala. Porque seamos sinceros, si Malala viviese en España, habría más de una escuela a la que no podría ir.
Me preocupa la capacidad que tenemos en nuestro país para felicitarnos por las luchas contra injusticias que cometen integristas a miles de kilómetros, y que a la vez no nos inmutemos e incluso en ocasiones defendamos injusticias que se cometen en nuestra sociedad. ¿Alguien se ha parado a pensar lo que sentirán las miles de chicas españolas a las cuales se les niega el acceso a la educación pública por el simple motivo de llevar el pañuelo en la cabeza?
Alegrarse por la concesión del premio Nobel de la Paz a una chica que lleva pañuelo y que defiende el acceso a la educación para millones de niñas como ella y la vez justificar y defender que miles de niñas no puedan usar el hijab en la escuelas españolas es cuando menos un gran ejercicio de cinismo que no podía evitar denunciar y llamar la atención sobre el.

Espero que la próxima vez que salga a la luz el debate del uso del hijab en la escuela pública, nos acordemos de Malala y defendamos ante todo el derecho a la educación frente a posicionamientos que utilizando la igualdad como argumento, restrinjan la libertad del individuo.