jueves, 14 de enero de 2021

Los inmigrantes y la participación política

Migrar es algo inherente al ser humano. De hecho, si el hombre no hubiera migrado, no se habrían dado las civilizaciones tal y como las conocemos actualmente. Las migraciones siempre han contribuido al desarrollo de las sociedades, sobre todo de aquellas a las que llegan los migrantes, pero no hay que obviar que además del desarrollo, las migraciones o, mejor dicho, la llegada de personas a una “sociedad de acogida”, siempre han venido acompañadas de estigmatización por determinados sujetos que les responsabilizan de muchos de los males que puedan existir en dicha sociedad. Ahí se sustenta el discurso de Vox y del PP últimamente. Además, el encaje de diferentes tipos de vida y costumbres no siempre es sencillo, provocando en muchas ocasiones conflictos que suelen tener un factor en común: la culpabilización de las personas de origen extranjero.

Hoy día en España se ha alcanzado un nivel preocupante de discurso del odio.Desde la tribuna de muchos ayuntamientos, parlamentos autonómicos y del Congreso se lanzan discursos y proclamas de odio al diferente sin que seamos conscientes de que ese discurso no solo afecta al diferente, sino que socava profundamente los valores democráticos sobre los que se sostiene nuestra sociedad.

El discurso del odio tiene repercusiones más allá de las inminentes que se puedan dar en el insulto o la agresión a alguien por su origen, religión o color de piel. La acción de odio no se limita al instante en el que se produce la agresión. También va creando un poso en el resto de la sociedad que provoca que algunas personas no consideren al otro como un igual, sino como un culpable, un chivo expiatorio y al que poco a poco se le va deshumanizando para no sentir empatía ni remordimiento ante los ataques que pueda sufrir. Véase el caso de niños de origen extranjero, los denominados menas, que han sido víctimas de linchamientos públicos, en algunos casos televisados, por parte de grupos de ultraderecha.

A lo largo de toda la historia humana, la suerte de los minoritarios fue un indicio revelador de un problema más extenso que afecta a todos los ciudadanos de un país y a todos los aspectos de su vida social y política.

En una sociedad en la que las minorías padecen discriminación y persecución, todo se corrompe y se pervierte. Los conceptos pierden su sentido y la igualdad o la inclusión se convierten en una suerte de utopías y de reflexiones sobre las que se produce un debate, cuando debería ser algo lógico y elemental.

Esta situación ha provocado que sea difícil ejercer el papel de ciudadano sin hacer referencia a los orígenes, confesión o pertenencias específicas, polarizando mucho más nuestra sociedad y perpetuando estereotipos y prejuicios.

Hace unos días celebrábamos el 42 aniversario de la Constitución. Su objetivo era dotar de un paraguas a todas las personas que vivimos en España convirtiéndolas en ciudadanos de pleno derecho bajo un marco común. Sin embargo, vista la situación actual, nuestra querida Constitución debe ser actualizada y adaptada a los tiempos en los que vivimos y a la sociedad que conforma este país. Esto debe producirse tanto para reforzar y dar cumplimiento de algunos artículos ya existentes, como para reformular artículos que actualmente quedan obsoletos.

Los derechos en España necesitan mejoras, y estas reformas constitucionales deben servir para reforzar y ampliar los mismos en beneficio de la ciudadanía. El momento en el que no se hable de inmigración en España nunca va a llegar, por lo que afrontar las reformas necesarias, incluida la de la Constitución a través de un pacto, no puede ni debe posponerse más.

Desde esta tribuna animo a las fuerzas políticas a apoyar una de las más antiguas reivindicaciones de los colectivos de inmigrantes y que no es otra que facilitar la participación política, pilar esencial de nuestra democracia. Para que dicha participación se amplíe al mayor número de ciudadanos inmigrantes, es necesaria la modificación del artículo 13.2 de la Constitución suprimiendo la necesidad de convenios de reciprocidad con los países de origen de los inmigrantes. Permitir que los nuevos ciudadanos puedan participar políticamente en nuestro país no debe estar ligado a la decisión de los gobiernos de los países de origen, países que, en algunos casos, carecen de las garantías democráticas que sí existen en España.

Celebrar este día internacional del migrante reivindicando la participación social y política de dichas personas es fundamental para frenar los populismos que alientan el odio a lo diferente y para a su vez fortalecer los cimientos de una sociedad libre y democrática que trate por igual a todos sus ciudadanos.

Articulo publicado el 18/12/2020 en el diario Infolibre: https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2020/12/18/los_inmigrantes_participacion_politica_114541_2003.html

domingo, 14 de abril de 2019

El disputado voto del racista

Ambiente electoral en el colegio Príncipe Felipe de Boadilla del Monte (Madrid).

En poco menos de mes y medio comenzarán las diferentes citas electorales a las que están llamadas a participar millones de personas y durante las próximas semanas, muchos serán los temas de debate. De todos estos temas que saldrán en los vídeos electorales y se comentarán en los mítines, hay uno que últimamente ha ido tomando un cariz cada vez más peligroso para la convivencia en nuestra sociedad.

Hasta hace poco, la presencia de la extrema derecha en las instituciones de la Comunidad de Madrid era meramente testimonial y se reducía a unos pocos concejales del partido xenófobo España 2000 en los municipios de Los Santos de la Humosa, Alcalá de Henares, San Fernando y Velilla de San Antonio, pero ahora, con VOX en el parlamento de Andalucía y la probable entrada de estos en la Asamblea madrileña, todo hace temer que la Comunidad de Madrid pase a ser el epicentro de la ultraderecha de España y que el discurso de odio al diferente pase a formar parte de la política madrileña.

Acusar a las personas de origen extranjero de “tener más facilidades de acceso a las ayudas sociales” como se atrevió a decir el vicesecretario de Organización del Partido Popular, Javier Maroto, o afirmar como hizo Pablo Casado que “o los inmigrantes respetan las costumbres occidentales o se han equivocado de país” confirma que algunos políticos están dispuestos a comprar ese discurso para atraer al votante racista, al mismo tiempo que se busca un enfrentamiento basado en un modelo de sociedad en el que se normalice la exclusión al diferente.

El paso del tiempo nos ha confirmado que los inmigrantes vienen para quedarse y una vez somos conscientes de esta realidad, hemos de trabajar para generar sociedades más cohesionadas que eviten discriminación de sus miembros.

Nuestro sistema está en peligro y no debemos ignorar que en estos momentos se confrontan dos modelos de sociedad. Por un lado, nos encontramos con la socialdemocracia y el centro izquierda en el cual se engloba el PSOE, partido que desde sus inicios promulgó la emancipación del ser humano como objetivo, resaltando el papel del individuo dentro de la sociedad y dotándole de derechos inalienables los cuales le hagan tener una vida digna.

Y por otro lado, el modelo de la ultraderecha y que por desgracia están copiando tanto el PP como Ciudadanos y en el cual, para difuminar los derechos que le corresponden al individuo, hablan de una idea de conjunto, de una idea nacionalista, olvidando a la persona y hablando del todo. De esta manera la solidaridad y las conquistas sociales desaparecen de su agenda política y la sustituyen por banderas en balcones y alegatos a un imperio.

Cuando el bienestar de la persona deja de ser objeto del debate y el discurso se reduce a un “los de aquí, frente a los de allí” todos perdemos. Cuando intentan hacer creer que la solución a los problemas de nuestra sociedad se encontrará responsabilizando y culpando a una parte de ella, todos perdemos.

El discurso del odio al diferente y del racismo frente a quienes viven con nosotros, trabajan con nosotros, pagan impuestos como nosotros y utilizan los mismos servicios públicos no puede ganar en las próximas elecciones.

Por todo ello, permanecer impasibles frente al auge de la ultraderecha y su entrada en las instituciones españolas no es una opción y la oportunidad para demostrarlo la tendremos en las urnas. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de ver que la historia se repita y puede que como dijo Martin Niemöller: “Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”.

Articulo publicado el 13-03-2019 en el diario El País: https://elpais.com/ccaa/2019/03/12/madrid/1552404184_905664.html

domingo, 27 de agosto de 2017

Trabajar en la prevención de la radicalización y el extremismo.

Cuando el terror golpea nuestras calles cometemos un error al mirar hacia fuera para buscar los motivos o los responsables. Evadimos nuestra responsabilidad a la hora de encontrar soluciones que eviten la repetición de estos actos terroristas. Caemos en la trampa de lo estereotipado, en la trampa tendida por los ideólogos de esta barbarie criminal que pretenden ampliar y generalizar el conflicto para así confrontar a nuestra sociedad; porque saben que al dividirnos y enfrentarnos consiguen su objetivo de inocular el miedo a lo diferente y esta es su gasolina para seguir alimentando su monstruo y captar a más personas para sus crueles objetivos.


El magnífico papel que están desarrollando nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad en el ámbito de la prevención de ataques terroristas es indiscutible. Prueba de ello es que desde el 11M no se había vuelto a cometer un atentado de estas características. También el hecho de que las personas que atentaron en Barcelona y Cambrils tuvieran que utilizar herramientas al alcance de cualquiera, como una furgoneta y unos cuchillos, es muestra del cerco policial y de la vigilancia de nuestras fuerzas de seguridad ante la menor sospecha o el mínimo movimiento de material con el que cometer atentados.

Entonces, ¿qué es lo que nos falta por hacer en este proceso? La respuesta es sencilla, pero a la vez es la más complicada de emprender, porque penetra en lo más profundo del individuo, en su mente. Nuestra labor como sociedad es trabajar en la prevención de la radicalización y el extremismo; “extremismo” entendido como “la tendencia a adoptar ideas extremas” sean estas del tipo que sean, pero especialmente las que acaban en violencia. La violencia, según la definición de la Organización Mundial de la Salud, es “el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.

En la actualidad existen diferentes tipos y grados de violencia hasta llegar a la violencia extrema, es decir, al extremismo. Dentro de la violencia colectiva podemos ver los actos de odio cometidos por grupos organizados o por individuos, las acciones terroristas o la violencia de masas. Además, es necesario resaltar el aumento del discurso del odio a diferentes niveles.Movimientos políticos de ultraderecha y grupos ultranacionalistas, entre otros, promueven la exclusión y discriminación del diferente. El discurso del odio debe ser tratado con la mayor celeridad por ser uno de los pasos previos a la violencia física.

Asimismo, la intervención social en el ámbito más cercano (familia, amigos, pareja) nos servirá para conocer si el individuo tiene el riesgo de convertirse en perpetrador de actos violentos o si ha sido víctima de estos actos. Por eso es necesario examinar detenidamente el contexto en el que se desarrolla una persona y la comunidad en la que mantiene sus relaciones sociales -la escuela, el lugar de trabajo, el vecindario- para identificar las características de estos ámbitos que forzosamente están asociados a una persona.

La experiencia muestra que el nivel económico o educativo no va ligado al uso de la violencia, mostrando la necesidad de una intervención social preventiva en el discurso del odio y de la violencia a todos los niveles. De hecho, gran parte de los incitadores al odio tienen un alto nivel educativo y económico, y en algunos casos, individuos que han cometido actos de violencia extremista eran universitarios y con un elevado poder adquisitivo. Por tanto, para una correcta intervención y prevención del extremismo es importante desligar el bajo nivel social, económico y cultural de la violencia extremista.

Ante todo esto cabe preguntarse qué lleva a un joven a tomar como vía de expresión de su personalidad la violencia, y si es responsabilidad del joven, o lo es del entorno en el que vive, es decir, de la sociedad. Hablar claramente sobre uno de los mayores retos que afronta nuestro planeta, el respeto a la diversidad y la lucha contra la violencia extremista, es responsabilidad de las altas instituciones políticas y de las administraciones, pero hemos de admitir que solas no pueden atender estos retos. Para ello es necesario reforzar a la sociedad civil y promocionar los espacios de participación ciudadana para poder actuar localmente en la promoción de la inclusión y en la prevención del extremismo.

Debemos tener en consideración que la violencia en sus diferentes grados puede verse con antelación si se capacita a los diferentes profesionales de la intervención social, empezando por la escuela, así como a otros actores sociales, como psicólogos, educadores, pedagogos, médicos, militares, cuerpos policiales… Esta capacitación debe tener en cuenta la diversidad social en la que se desarrolla y que, en la mayoría de los casos, es fruto de las migraciones y de un mundo globalizado.

El enfoque de la intervención y el trabajo a desarrollar se deben hacer con una mentalidad abierta. El conservadurismo y la negación de la realidad de una sociedad diversa apelando a tiempos pasados y dudosas raíces, no ayuda a afrontar lo que nos está sucediendo y, por lo tanto, a la búsqueda de soluciones para evitar más terror y más dolor.

Articulo publicado en InfoLibre el 22/08/2017 https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2017/08/22/trabajar_prevencion_radicalizacion_extremismo_68776_2003.html

domingo, 1 de noviembre de 2015

Si Malala viviese en Madrid...

El año pasado, el Premio Nobel de la Paz se concedio a dos personas a las que se les queria reconocer su lucha a favor de la educación infantil y el activismo social. Malala Yousafzai, una joven a la que los talibanes intentaron asesinar en 2012 por defender la escolarización de las niñas (de Pakistán primero y del resto del mundo después) y Kailash Satyarthi, un activista social que utiliza la máxima de Gandhi de la no violencia en sus manifestaciones y protestas en la reivindicación de políticas de no explotación de los niños y niñas.
El trabajo de Malala es loable no solo por el objetivo que persigue, que es conseguir la igualdad real de todas las personas a través del derecho fundamental básico de la educación, sino también por poner en riesgo su vida para conseguir ese objetivo que mucha gente no quiere ver cumplido, además de por lo que simbólicamente representa esta joven en un mundo occidental que se fija mucho en los rasgos y la vestimenta.
Malala es una luchadora y merece el mayor de los respetos y por eso me alegra el elevado número de apoyos y de felicitaciones públicas que se hacen a esta joven. Ahora bien, hay algo que me llama mucho la atención, y que versa sobre ese cinismo que nos gastamos como sociedad en determinados asuntos. En este caso voy a hablar del derecho a la educación y la diversidad del alumnado, tema por el cual y gracias a su encendida defensa,  ha sido premiada Malala con el Nobel.
Los “Talibanes educativos” los podemos encontrar en muchos puntos de España. Estos grupos, formados por una elevada cantidad de personas, actúan bajo el paraguas de la lucha por una mayor igualdad, y alardean, sin ningún tipo de reparo, de un mantra por el cual establecen que su discurso es el verdadero. Este mantra consiste en expresar que toda aquella persona que se sale del comportamiento occidental y de determinada vestimenta, son víctimas de una discriminación, y por lo tanto de una opresión, aunque ellas mismas no lo sepan.
Parece ser que un "trozo" de tela es el culpable de toda esta "lucha por la igualdad". El uso del hijab en la vestimenta incómoda hasta el punto de permitir la restricción del acceso a derechos básicos y fundamentales. Resulta curioso e indignante, ver como se justifican todo tipo de discriminaciones a miles de mujeres musulmanas en nuestro país por el simple hecho de llevar el hijab.
Hace algo más de un año, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid avalaba y legitimaba la decisión de un instituto de prohibir el acceso a sus aulas a una joven musulmana por el simple motivo de llevar un pañuelo en la cabeza. Esta prenda, según el reglamento del centro escolar, rompía la convivencia. Lo triste fue ver como los "Talibanes educativos" respaldaron esa decisión y la apoyaron sin fisuras alegando que a la escuela no se deben llevar símbolos religiosos. A esta apreciación, le sumaban otra lectura, la de la simbología de la opresión que sufre esta joven por el hecho de llevar hijab.
La cuestión era que entre una cosa y otra, la joven no podía acudir a la escuela a estudiar, algo que también le sucede a millones de niñas en el mundo y contra lo cual lucha Malala. Porque seamos sinceros, si Malala viviese en España, habría más de una escuela a la que no podría ir.
Me preocupa la capacidad que tenemos en nuestro país para felicitarnos por las luchas contra injusticias que cometen integristas a miles de kilómetros, y que a la vez no nos inmutemos e incluso en ocasiones defendamos injusticias que se cometen en nuestra sociedad. ¿Alguien se ha parado a pensar lo que sentirán las miles de chicas españolas a las cuales se les niega el acceso a la educación pública por el simple motivo de llevar el pañuelo en la cabeza?
Alegrarse por la concesión del premio Nobel de la Paz a una chica que lleva pañuelo y que defiende el acceso a la educación para millones de niñas como ella y la vez justificar y defender que miles de niñas no puedan usar el hijab en la escuelas españolas es cuando menos un gran ejercicio de cinismo que no podía evitar denunciar y llamar la atención sobre el.

Espero que la próxima vez que salga a la luz el debate del uso del hijab en la escuela pública, nos acordemos de Malala y defendamos ante todo el derecho a la educación frente a posicionamientos que utilizando la igualdad como argumento, restrinjan la libertad del individuo.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Europa y los refugiados. ¿Condenados a repetir la historia?

En 1933, en una Europa que intentaba recomponerse de la muerte y destrucción que causo la I Guerra Mundial, el régimen de Adolf Hitler iniciaba los pasos para que Alemania fuese un país libre de judíos. Las Leyes de Núremberg, aprobadas en 1935, provocaron que la población judía perdiese prácticamente todos sus derechos. Esta circunstancia provocó que casi 600.000 judíos residentes en Alemania apenas pudiesen subsistir, por lo que muchos de ellos pensaron que lo mejor era huir a diferentes países. Unos cuantos miles lograron llegar a Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña.

Los que lograron huir fueron pocos debido a las dificultades impuestas por el régimen nazi para todo viaje fuera de sus fronteras. Para colmo, los que lo conseguían, encontraron un ambiente hostil en casi todos los países a los cuales llegaron. Pero lo peor no era eso, sino que aquellos que intentaban escapar de una muerte segura, como más tarde se demostró, encontraron en los países fronterizos a los que llegaban una oposición a la recepción a su territorio, llevando a cabo con estos refugiados devoluciones masivas a Alemania ya que habían migrado ilegalmente. Años después supimos que el destino que les esperaba a esas personas que eran devueltas en las fronteras era la muerte.

En 1937 era ya evidente ante la opinión pública internacional que la población judía de Alemania estaba siendo víctima del odio de los que eran sus compatriotas, iguales hasta hace poco, pero que por una locura colectiva convirtieron a estas personas en chivos expiatorios.

Ante esta situación, diversos líderes políticos de la época, con el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt a la cabeza, tomaron la iniciativa de celebrar una conferencia mundial para buscar una solución a este drama.

Un año después, en 1938, a las puertas de la II Guerra Mundial, se celebró una Conferencia Mundial que duraría 9 días en la ciudad francesa de EvianAunque el sentir general de los asistentes a la Conferencia fue de alarma y consternación frente al drama que estaban viviendo miles de personas y se reconoció la persecución y atrocidades que estaban sufriendo, ningún gobierno mostró signos de querer ampliar sus cuotas de inmigración para estos refugiados. La mayoría de los países alegaron una adversa situación financiera o el alto número de refugiados que ya residían en sus países como principales motivos del rechazo a acoger más refugiados. ¿Les suena la historia?

Setenta y siete años después, los gobiernos de la UE no son capaces de aprender de la historia y todo indica que quieren que esta se vuelva a repetir. Hombres, mujeres y niños, mueren diariamente víctimas de unos verdugos que han perdido la razón matando a sus vecinos por la mínima excusa: Llevar una camiseta, no dejarse barba, no ir tapada, escuchar música, profesar otra religión distinta o no cumplir como ellos quieren la religión que dicen defender.

El mal se ha adueñado de sus mentes y de sus corazones, asesinando a cualquiera que ellos consideren diferente. Por desgracia, ese mal se va extendiendo sutilmente en nuestra querida Europa. No querer acoger a quien huye del horror es igual de cruel que provocar ese horror. Mandar a la fronteras a policías y ejércitos, o construir alambradas y muros que separan para impedir que miles de seres humanos puedan salvar su vida, es cruel.

Son nuestros gobernantes los que deciden tales injusticias. Son las mismas personas que cada cuatro años nos piden el voto para hacer, según ellos, que nuestras vidas sean mejores, pero todos sabemos que nuestras vidas no son mejores viendo lo que está sucediendo en nuestras costas y ciudades limítrofes.

Es difícil comprender lo que están haciendo nuestros dirigentes frente a este drama. ¿Por qué si los medios de comunicación y la ciudadanía están dando muestras de solidaridad ante esta situación, nuestros ministros y presidentes de la Unión Europea no hacen nada? ¿Acaso ellos no lloran y no sufren como sufrimos nosotros cuando vemos esas dramáticas imágenes en los periódicos o en los telediarios? ¿Acaso están hechos de otra pasta nuestros dirigentes? ¿Por qué, si caben 40 millones de turistas en España, no hay lugar para unos cuantos miles de refugiados?

Tal vez sea necesario recordar a nuestros gobernantes lo que proclamó uno de los padres de la Unión Europea, Robert Schuman, el cual tras haber vivido la I y la II Guerra Mundial, era consciente de las barbaridades que es capaz de cometer el hombre: "Servir a la humanidad es un deber igual que el que nos dicta nuestra fidelidad a la nación. Así es como nos encaminaremos hacia la concepción de un mundo en el que se apreciarán cada vez más la visión y la búsqueda de lo que une a las naciones, de lo que les es común, y en el que se conciliará lo que las distingue y las opone".


Me perdonaran la expresión, pero si no somos capaces de hacer nada frente a lo que ocurre, seremos igual de responsables que los que provocan que miles de personas están muriendo. Porque visto lo visto, parece que mientras todos los valores coticen en bolsa, los derechos humanos seguirán sin tener valor y tal vez tengamos que replantearnos el devolver el Premio Nobel de la Paz que recibimos hace tres años.

Articulo de opinión publicado en el periódico El Mundo; http://www.elmundo.es/solidaridad/2015/09/16/55f944bee2704e780f8b45a9.html