Uno de
los beneficios que debería tener para la acción exterior de nuestra
querida Unión Europea la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, sería la figura del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política
de Seguridad (que ademas es Vicepresidente de la Comisión) que permitiría dar mayor peso, coherencia
y visibilidad a la actuación exterior.
Pero una
vez mas lo escrito en el papel, si no es llevado a la práctica, se convierte en
una declaración de intenciones. Por desgracia y por suerte, el ser humano
aprende de los errores cometidos y en el caso de la intervención en Libia
debemos sacar una lección de cara al futuro.
Los
países que conforman la UE tienen una historia de colonialismo y relaciones con
muchos países del mundo desde hace muchos años e incluso siglos y esto a veces
es un factor decisivo a la hora de tomar decisiones de cara a la política
exterior. Este dato en cambio no debería de ser preocupante ya que al estar
dentro de la propia UE el posicionamiento de un país miembro debería ser
consensuado con el reto de países miembros y
adoptar conjuntamente una postura basada sobre todo en los principios
fundacionales de la propia UE. Es decir, el resto de países miembros
entenderían y legitimarían el posicionamiento de un país miembro de la UE
respecto a un tercer país puesto que este primero ha tenido y tiene lazos
históricos y culturales muy fuertes y se da por hecho la defensa de derechos y
valores como la libertad, la solidaridad
y la seguridad entre otros.
Teniendo
esto en cuenta nos preguntamos, ¿qué ha pasado para que en la intervención en
Libia la UE no haya estado unida?
Podríamos
decir que se carece de un fuerte liderazgo de quien debe pilotar la acción
exterior de la UE, en este caso Catherine
Ashton y no de la figura como tal, ya que se ha comprobado que anteriores
responsables (Aunque no con la misma responsabilidad en el papel) y con menos
espacio de maniobra, consiguieron en varias ocasiones mayor unidad de la UE.
Véase el caso de Javier Solana conocido socialmente como Míster PESC.
A esto
habría que sumar lo anteriormente dicho de la prioridad que establecen los
países miembros de la UE de sus intereses individuales sobre los intereses
comunes. Así,
el resultado final es que en el conflicto libio nos encontramos con países
como Francia y Reino Unido que rápidamente legitimaron a la oposición
al régimen de Gadafi y redactaron inclusive un texto
que proponía ataques aéreos a las tropas del
gobierno, mientras el resto de países estaban todavía
pendientes de una posición común que debería
ser consensuada con el resto de países de la UE. Se llego
incluso a la situación de enfrentamiento claramente abierto de
Alemania, apoyada por Italia, frente al dúo Franco-Británico
y el papel de la Representante
de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (Británica) quedo
debilitado. Los líderes
europeos pedían una sola voz, pero mientras tanto hacían declaraciones sobre si
se debía intervenir o no, cosa que contradecía esa solicitud que hacían.
Por
suerte si se llegaron a posicionamientos comunes en la exigencia de la retirada
del poder del Coronel Gadafi y en prestar apoyo humanitario a la población
civil desplazada. Lo que hizo que la menos los valores humanos intrínsecos a la
creación de la Unión Europea, fuesen eje de la acción exterior. Estas acciones
humanitarias fueron la antesala del acuerdo que se adoptaría en el Consejo
Europeo y que su presidente Herman Van Rompuy trasladaría a la Asamblea General
de las Naciones Unidas. Dando en esta ocasión una sola voz de respuesta y de
posicionamiento como UE ante el resto del mundo, pero la imagen anterior de desunión seguía estando presente.
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Por otro lado, estos sucesos
nos deben hacer reflexionar si la acción exterior de la UE tiene
capacidad o no de estar unida frente una acción militar exterior y habría
que suponer también de defensa. Los acuerdos en esta materia son
difíciles y duros de alcanzar pudiendo recordar la
intervención en la guerra de Irak, esta ultima de Libia,
la que sucede en Mali o la que sucede también en Siria, donde no se ve,
ni se alcanza una voz común frente a estos retos que por desgracia
acarrean la muerte de seres humanos. El eterno dilema surge frente a la
ratificación o no de la ONU a cualquiera de este tipo de
intervenciones militares unido a la pertenencia o no de la OTAN, haciendo que
estos factores sean esgrimidos por algunos países como requisito
indispensable para una intervención militar, lo que debilita la
posición unificada de la UE.
Como consuelo nos queda ver
que tal y como mencionaba antes, el consenso en
materia humanitaria sigue existiendo y el compromiso de acciones en este
sentido propicia que la UE sea vista como un garante de los Derechos Humanos y
de la solidaridad, propiciando la ampliación de la democracia en el
resto de países, así como ayudando a que
prosperen reforzando la llamada Política Europea de Vecindad.